Realidades y Ficciones
Recopilación de notas que escribí para la revista Punto & Aparte
domingo, 19 de junio de 2011
Los pasos de papá
miércoles, 15 de junio de 2011
Un lugar junto al fuego
No tiene que ver, creo, con carencias afectivas o económicas, sino con la necesidad de hacer algo diferente que nos aparte de lo monótono.
Entonces, ese “lugar junto al fuego”, representa aquello que nos da placer, y que nos saca por un momento del vértigo a que nos vemos sometidos en este mundo enloquecido del siglo XXI.
Espero con ansia esos días fríos, que en general no le gustan a nadie, porque me permiten dedicarme más tiempo a lo que me apasiona, que es escribir.
No tengo un hogar de leña, pero es como si lo tuviera. Darle rienda suelta a nuestras aptitudes o a nuestra creación nos enriquece el alma y nos llena de energía. Las opciones son muchas y seguro podremos encontrar alguna a nuestro alcance. Hay todo tipo de actividades para elegir y muchas son gratuitas, ¿por qué no aprovecharlas?
Busquemos dentro de nosotros eso que nos gusta hacer y pongámoslo en práctica. Encontremos nuestro propio “lugar junto al fuego”.
martes, 11 de enero de 2011
Manos que escriben
Las manos sobre el teclado parecen indecisas como su dueña. Se apoyan levemente, acariciando apenas las letras, sin atreverse con ninguna. El silencio, el falso silencio de una noche calurosa que esconde detrás de su oscuridad repetida la vida de una ciudad que no quiere morir. Es mentira, se dice, también este silencio es una burda mentira. Allá lejos los hombres están muriendo en manos de otros hombres. Hombres que son un dato, una estadística, apenas un blanco detectado por sofisticados radares y apuntados por máquinas dirigidas por otros hombres que se empeñan en ejecutar su tarea con eficiencia. Hombres que jamás se verán el rostro, que ni siquiera saben si se odian o por qué están peleando aunque todo haga suponer que en realidad están convencidos de estar haciendo lo “correcto”.
Lo correcto o lo que se espera de ellos, para lo que fueron entrenados, su razón de ser, su misión, el mandato divino para unos que esperan en la muerte heroica la promesa de una felicidad eterna. Para los otros, es el cumplimiento de las órdenes emanadas por otros hombres, sentados en amplias oficinas con aire acondicionado y computadoras y pantallas y mapas, que reciben a su vez instrucciones de otros hombres de traje y custodia que lo único que empuñan es el micrófono para decir un montón de palabras aprendidas con el oficio de hacer política y gobernar a sus congéneres.
Grandes palabras de significado ambiguo, que pueden ser desmentidas sin que por ello se diga que en realidad no dijeron lo que querían decir, aunque podrían haber querido decir otra cosa, si esas palabras no hubieran sido sacadas de contexto y mezcladas con otras que en realidad la prensa tergiversó a su antojo. Palabras que viajan por infinitas redes, que cruzan el mundo como una inmensa telaraña en la que, en definitiva, quedamos atrapados todos los que nos informamos, porque es un deber estar informado, aunque sea de lo que esos hombres de poder quieren que estemos informados y no de lo que realmente quisiéramos estar informados.
Quisiéramos estar informados, saber a ciencia cierta cuáles son los motivos reales de esta guerra, qué se esconde detrás de cada gran titular en los diarios, cuál es el destino que nos están preparando, y del que no podemos defendernos porque no sabemos de qué nos tenemos que defender.
Entonces, así como viajan las palabras por esa inmensa red de comunicación, también con las palabras, las escritas, las que están impresas en hojas de papel que hasta ayer nos parecían tan inofensivas, o prometedoras de maravillosos paraísos tropicales adonde poder viajar de vacaciones, hoy nos llega otro mensaje. Un mensaje negro, amalgamado en un misterioso polvo blanco que puede hacernos morir, un mensaje multicolor escondido en letras, en palabras, en fibras de papel que esta vez trae la muerte disfrazada de promesas paradisíacas, aunque podría ser peor, en lugar del Ántrax podría ser la Viruela.
Entonces, todo se vuelve oscuro, el miedo se mete en nuestras vidas sin pedir permiso y entra por nuestras ventanas entreabiertas, se cuela por la cerradura, y nos espera dentro del buzón de la correspondencia que antes esperábamos con impaciencia, con alegría, o en todo caso con el disgusto de la perspectiva de recibir más cuentas que no podríamos pagar. Casi podríamos decir que tampoco eso importa y eso también es mentira.
Las manos comenzaron a moverse con timidez primero, luego con apuro y más tarde con rabia, sacudieron una y otra vez las teclas, como si con ese movimiento compulsivo pudieran borrar los ruidos que más allá de una noche silenciosa podemos escuchar si prestamos atención. No importa qué lejos, no importa cuántos kilómetros, cuánto océano, los ruidos de la guerra están allí aunque pensemos que no los escuchamos. Una guerra con título como una novela o un programa de televisión, porque ahora en este mundo tan avanzado hasta las guerras tienen nombre, Tormenta del Desierto, Justicia Infinita, ¿Libertad Duradera...?
Aunque lo que hacen con nuestras vidas, lo que le hacen al mundo, lo que provocan en millones de seres humanos, realmente no tiene nombre.
Entonces, las manos lentamente se detienen, van recorriendo el teclado cada vez más despacio, comienzan a titubear entre unas letras y otras como un viejo automóvil que agotó sus reservas de combustible y las palabras se van desdibujando, perdiendo su forma agotadas también por el esfuerzo de tratar de transmitir el agobio, la infinita sensación de asfixia, y dándose cuenta finalmente de que es inútil, que todo seguirá su curso irremediablemente. Hasta el clima, con una lluvia pertinaz, con un cielo gris como de plomo, desplegando enormes masas de agua que ahogan los esfuerzos de miles de personas, agrega paradójicamente una gota más a este vaso que se derrama sobre nosotros.
Casi en el último instante, antes de detenerse, las manos recobran fuerza, renuevan su golpetear sobre las letras buscando palabras nuevas, palabras frescas, palabras con energía, palabras vitales, palabras que no se ahoguen en un mar de pesadumbre, palabras al fin. En definitiva, buscar palabras es su razón de ser contra toda razón, y a pesar de todo, contra todo, las manos del escritor no pueden detenerse jamás.
jueves, 16 de diciembre de 2010
Celebrar la vida
El 2001 ya se termina, año..., y de pronto me quedé sin calificativos, duro, terrible, cruel, agobiante. Todos le caben y hemos hablado, leído, y oído sobre esto todo el tiempo. Ya nuestro cerebro está saturado de tanta información abundante en detalles, crueles a veces, desoladores otras, y si a eso le sumamos el bajón generalizado que se desparrama entre nosotros como el agua de las inundaciones, o el terror volátil de las esporas mortíferas del ántrax, noticia casi vieja, y por poco olvidada. Las imágenes de la guerra casi no nos atraen a la pantalla del televisor y la sola visión de algunos personajes que manejan nuestros hilos de patéticas marionetas nos produce urticaria.
Y, ¿eso es todo?
¿Llegaremos a la Nochebuena con este ánimo apesadumbrado y amargo?
¿Sostendremos sin fuerza casi, la copa del brindis de Fin de Año como por obligación, por cumplir con un ritual casi impuesto por las costumbres?
O peor aún, ¿nos negaremos a todo festejo, nos quedaremos “en penitencia” encerrados en casa, deprimidos, relamiendo nuestras heridas y nuestro sentimiento de fracaso?
Abramos las ventanas, afuera hay sol, las plantas están con su mejor traje verde intenso, los pájaros están construyendo vidas nuevas, con renovados bríos.
Salgamos a mirar la noche, recuperemos los sonidos del silencio y escuchemos lo que nos dice.
Siempre hay motivos para celebrar, aún cuando se cree que todo está perdido, aún cuando parezca un consuelo pueril, cuando nuestras necesidades inmediatas son tantas y tan difíciles de cubrir.
Celebrar la vida, celebrar estar vivos, celebrar el mundo en el que vivimos.
Hoy les quiero regalar un poema de uno de mis poetas favoritos. La simpleza de su palabra breve y puntual, para leerlo despacio y tenerlo disponible, para volver sobre él cada vez que la realidad se nos haga difícil de soportar.
Lo que se nos ha dado
Hay días, al caer la tarde, en que la vida
nos cuenta
algo del perdón que recibimos
de lo que otros han callado
hay noches en las que algún vestigio
se enciende:
una brasa en la memoria, un grillo
tras la ventana
o una flor
de las que se abren
cuando lo demás ya duerme
son noches en que la quietud revela
la vida que recibí
sin siquiera la violencia
de haberla merecido:
los sin porqué ni para qué
el puro existir, el milagro.
Hugo Mujica
miércoles, 1 de diciembre de 2010
El río
A veces voy al río, cuando estoy con bronca, cuando me desespero o cuando tengo ganas…
Voy al río, acá, cerca de casa, o no tan cerca, siguiendo la avenida que se inclina hasta convertirse en un tobogán que desemboca en las vías del ferrocarril, y finalmente en una calle corta, con resabios de otras épocas, donde se mezclan las viviendas precarias, los boliches, un viejo club ribereño hasta llegar a la nueva costanera. Muy lindo, dice la gente, muy prolijo, con árboles plantados recientemente, con césped, con cestos para los residuos, lugares para estacionar... muy lindo. Muy lindo, con variedad de locales para tomar café, para comer, para sentarse al sol… muy lindo…
Para acercarse al agua hay que caminar bastante… muy lindo… pero, paradójicamente, el río se aleja cada vez más. Retira de nuestra vista su agua marrón empujado, poco a poco, por toneladas de ciudad convertida en escombros que enormes palas mecánicas arrojan sobre él. Hay que rellenar, hay que parquizar, hay que civilizarlo todo.
No me gusta, me gustaba más el río de antes. Agreste, sin dueño, con menos civilización, con menos basura, y cerca, muy cerca de nosotros. Ahora lo ahuyentamos, lo contaminamos, lo llenamos de latas y botellas que sus aguas marrones nos vuelven a arrojar en la cara, cuando se enfurece y sopla el viento del sudeste, dejando una inmunda alfombra de desperdicios sobre las veredas de la costanera.
A veces voy al río, en las tardes de otoño grises, ventosas, cuando a nadie se le ocurre acercarse, entonces a mí me gusta ir al río. Me gusta disfrutarlo a solas, sin bullicio alrededor, sólo escuchar el murmullo del agua y sentir en la piel el aire frío y húmedo. Entonces, pienso que es mío y de nadie más, que no lo tengo que compartir con los innumerables barquitos blancos, como gaviotas gigantes, que se posan sobre él los domingos de sol.
Entonces me afano en imaginar que no está lleno de los fatídicos restos que las industrias le proporcionan generosamente, ni del petróleo que van regando los barcos, ni de la caudalosa materia de las cloacas bonaerenses. Se me ocurre que es el mismo río de hace muchos años, y así también puedo imaginar por un momento, solo por un momento, que yo también soy la misma, incontaminada, libre, alegre y sobre todo, feliz; precisamente con esa felicidad irreflexiva que nos da la inconciencia de la juventud extrema, cuando todavía no nos hemos golpeado con la realidad.
(Después, la felicidad es otra cosa, más meditada, y también más medida, más de aceptación de las limitaciones que tenemos o que nos llegan desde el afuera, de racionalizar las cosas que podemos, y las que no podemos cambiar.)
Puedo pensar como el río de entonces, puedo sentir como el río de entonces y dejar fluir las olas de mis sensaciones y llenarme de entusiasmo y de una energía que, aunque sea efímera me deja soñar un poquito, muy poquito, por unos minutos nada más, que soy la misma.
martes, 23 de noviembre de 2010
El exilio de los argentinos
Esta tierra fértil y generosa, colmada de todas las bendiciones que cualquier país del mundo quisiera para sí, asiste, creo yo con asombro, al éxodo de sus habitantes desalentados, desesperanzados, casi vencidos diría.
Transitan así el mismo camino que recorrieron muchos de nuestros antepasados hace varias décadas, huyendo del hambre, de la guerra, de la falta de trabajo. Ellos llegaron aquí con las pocas pertenencias en una pequeña valija que albergaba sueños de una vida mejor, pero sobre todo unas enormes ganas de trabajar y un espíritu de lucha que les permitió arrancarse de su terruño y plantarse para siempre en nuestro suelo.
Comenzaron desde muy abajo, trabajando duro y llenando nuestras ciudades y nuestros campos con sus familias. Así, en cada pequeño lugar estaba el almacén de don José, la verdulería de don Ángelo, la tienda de don Zacarías, la cervecería de don Marcos.
Nuestra pampa también los vio llegar con apenas lo puesto y fue testigo de sus amaneceres empujando el arado que multiplicó los callos de sus manos laboriosas e incansables. El país creció, el granero del mundo que nos mostraban nuestros manuales en el colegio prometía un futuro venturoso para todos los hombres de buena voluntad que quisieran habitar el suelo argentino.
Me pregunto -cada vez con más frecuencia— dónde quedó la semilla que esos hombres invalorables trajeron. Dónde están los hombres de buena voluntad que harían de este bendito país un lugar irreemplazable para vivir. Dónde sepultaron nuestros sueños tras enormes cataratas de corrupción, desidia, ineptitud, o definitivamente mala fe.
Muchos de los hijos y los nietos de esos inmigrantes emprendieron el regreso.
Volvieron tras los pasos de sus abuelos a reclamar en otra tierra su derecho a vivir con dignidad. Muchos se lanzaron a la aventura como náufragos, buscando una tabla de la cual asirse, sin darse cuenta de que era demasiada la distancia y había que estar preparado para la travesía. Llegaron creyendo que las puertas se abrirían de par en par y encontrarían la tierra prometida sin dar nada a cambio.
El mundo no es así. No es posible echarse a caminar sin volver la vista y sin tener en cuenta lo que se deja atrás. Es preciso, primero, ver con detenimiento el lugar de donde partimos y lo que llevamos de equipaje. Es imprescindible hacer un exhaustivo balance de nuestras pertenencias, no sólo las materiales, sino las otras, las intangibles.
Otros, los más afortunados o previsores, vieron primero, averiguaron, se prepararon, supieron adónde se dirigían y se cercioraron de ser bien recibidos. Ellos lograron el objetivo y consiguieron el lugar, el trabajo, el confort, la seguridad. Me gustaría saber si, además, consiguieron también la felicidad. Esa felicidad que buscamos a menudo en la partida, en el cambio de escenario. Ese éxito que creemos encontrar afuera de nosotros mismos, en otro lugar. Me gustaría saber qué les pasa cuando llega la noche y se sientan a la mesa pensando en su familia tan lejana, en sus amigos, en las cosas de todos los días.
Así como el éxodo se incrementó día a día, mes a mes, también fueron muchos los que optaron diferente, los que eligieron quedarse, o simplemente no se plantearon la posibilidad de irse. No necesariamente los que se quedaron, mejor diría los que nos quedamos, tenemos la vida resuelta ni mucho menos.
Padecemos la cotidiana realidad, luchamos minuto a minuto, hacemos malabares dignos de un elenco circense para sobrevivir, tenemos miedo, estamos inseguros, tenemos bronca, nos desanimamos, nos entristecemos. Pero, estamos juntos. Nos tenemos los unos a los otros, ponemos el hombro, “nos la bancamos”.
No es fácil, no es cómodo, no es falta de decisión, todo lo contrario.
Es saber de dónde somos, adónde pertenecemos y luchamos por eso. Es sentirnos parte de nuestro país y no mirar como desde afuera, diciendo “este país” como si fuera ajeno, como si no fuera nuestro. Es el lugar donde nacimos, donde crecimos, donde nos educamos, donde fundamos nuestra familia y donde queremos morir. No queremos renegar de nuestros orígenes que es como renegar de nuestros padres.
Que no se confunda, no se trata de criticar a aquellos que no se sintieron con la fuerza necesaria para afrontar este presente y, aún peor, el futuro incierto y oscuro. Se trata de rescatar que somos también muchos los que nos queremos quedar contra viento y marea, a tratar de construir a pesar de los que destruyen, a tratar de trabajar aunque cada vez sea más difícil, a darles el ejemplo a nuestros hijos que son el futuro y los que continuarán lo que nosotros comenzamos, a enseñarles a amar este lugar que nos fue dado y que debemos cuidar, a veces a pesar de nosotros mismos.
Por último, creo que se trata de estar presentes para poner nuestro pequeño o gran esfuerzo de cada día para lograr el cambio que todos nos merecemos.
¿Irse o quedarse?
¿Es éste el dilema?
Para mí no lo es, no necesito pensarlo, no quiero siquiera plantearme la posibilidad.
Creo que no voy a arrepentirme, que está bien así, que vale la pena seguir intentándolo.
Por eso, cada mañana, cuando el día se presenta como una hoja en blanco, me digo que lo puedo llenar con esperanza, con ganas, y sigo dando gracias a Dios por estar aquí, por sentir que pertenezco, por tener raíces.
martes, 2 de noviembre de 2010
Descuidos que hacen peligrar el planeta
1-¿Qué estamos haciendo con nuestra casa?
Brasil, Río de Janeiro:
Anthony Garotinho, gobernador del estado de Río de Janeiro habló con respecto al hundimiento de la plataforma petrolera de la empresa Petrobras.
Datos y Cifras:
Se considera la misma explotará al llegar a los 1000 metros de profundidad.
Esta explosión derramará 1.500.000 (un millón y medio) de litros de combustible.
La plataforma, considerada la mayor del mundo, tiene 120 metros de altura (como un edificio de 40 pisos) y pesa 32.000 toneladas.
Comenzó a hundirse hace algunas semanas luego de 3 explosiones que provocaron la muerte de 10 operarios.
El efecto de la presión del agua sobre los depósitos de combustible genera que 1.200.000 litros de diesel y 300.000 litros de petróleo derramen su fatídica presencia en las aguas del océano Atlántico, con la consecuencia todavía impredecible sobre especies naturales.
Se piensa también que las barreras colocadas por 26 barcos en la zona no son eficientes para evitar que la mancha avance. Las corrientes marinas y el oleaje pueden llevar este siniestro líquido hacia cualquier parte incluso puede aparecer en lugares inesperados.
2-¿Qué estamos haciendo con nuestra casa?
Es decir, qué estamos haciendo con el planeta, o, dicho de otra forma, qué no estamos haciendo por el planeta.
Pocas veces nos ponemos a pensar en el mundo como nuestro hogar. La mayoría de nosotros, por no decir todos, consideramos como nuestra casa al lugar donde vivimos, domicilio, localidad, ciudad, país.
En realidad, podríamos decir que solamente pensamos en casa o en hogar cuando se trata de nuestro propio domicilio, a juzgar por el desprecio y la desidia con que tratamos los espacios públicos, las calles, las veredas, volcando en ellas cuanto residuo esté a nuestra disposición.
En nuestro país, ya nadie se asombra de ver como se arrojan en cualquier lugar papeles, latas, boletos de colectivo, vidrios y todo tipo de deshecho, sin ningún pudor, por hablar de la contaminación en menor escala.
Por supuesto, no falta la otra contaminación, la de las fábricas y empresas que vuelcan sus líquidos y residuos tóxicos en los ríos. Esta costumbre, mala y dañina por cierto, nos habla a las claras de la falta de interés por mantener limpio un lugar que en definitiva es de todos.
Cuando salgo a la calle, cuando utilizo un medio de transporte, cuando estoy en un parque, estoy también en mi casa; este sitio es en ese momento el lugar donde vivo.
¿Cuanto más difícil será que tomemos conciencia de que el mundo, el planeta, es el lugar donde vivimos?
¿Por qué no comparar al planeta con nuestra propia casa?
Qué grande sería nuestro empeño por evitar, por ejemplo, que se derrame aceite en la pileta de natación. Con cuánto cuidado trataríamos de proteger a nuestras plantas favoritas del contacto con combustibles, nafta, etc.
¿Cuál sería nuestra actitud si el tanque de agua se contaminara con venenos y tuviéramos que prescindir de usar la instalación de agua potable de la casa?
Llevando estas comparaciones a lo que sucede en el mundo, con nuestra Tierra, con nuestro Hogar:
¿Por qué no pensamos en la vida que albergan los océanos?
¿Por qué no ponemos más cuidado en proteger las pocas y cada vez menores reservas que la naturaleza nos ha brindado?
¿Por qué no hacemos nada, solo mirar por televisión, como una noticia más, sin pensar en que tanta contaminación nos afecta a todos?
¿Por qué no vemos un poco más allá de nuestro propio horizonte y nos imaginamos un futuro sin agua, sin peces, sin aire puro para respirar, sin árboles, sin pájaros, en un mundo sombrío y deshabitado?
No se trata de hacer profecías apocalípticas, se trata de una realidad cada vez más cercana y a la que curiosamente no le damos la trascendencia que deberíamos, por el bien de todos nosotros y por el futuro que le dejaremos a las generaciones venideras.
Los pasos de papá
Pisaba fuerte, como afirmando con cada paso “aquí estoy yo”. Su figura, su aplomo, su gesto seguro, imponían respeto, y al mismo tiempo me ...
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Otra vez haciendo retrospectiva, parece que hubiera pasado tanto tiempo, y sin embargo, hay un parecido... Las manos sobre el teclado parece...
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Pisaba fuerte, como afirmando con cada paso “aquí estoy yo”. Su figura, su aplomo, su gesto seguro, imponían respeto, y al mismo tiempo me ...
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(el De la Plata, ¿cuál si no?) A veces voy al río, cuando estoy con bronca, cuando me desespero o cuando tengo ganas… Voy al río, acá, cerca...