viernes, 8 de octubre de 2010

De atropellos, gruñidos y otras yerbas...

Escena 1
Camino por la vereda rumbo al supermercado, el ir y venir es incesante, todo el mundo está apurado, me esmero por esquivar a los que vienen en dirección opuesta, pero es inútil, tarde o temprano alguien me lleva por delante. A veces me quedo mirando fijamente a los ojos de la persona que avanza hacia mí, pensando que soy invisible, que no me ve, y espero su reacción al acercarse, siguiendo mi camino sin moverme ni un centímetro hasta que llega a mi lado, entonces tengo que correrme con rapidez para evitar ser embestida.
No entiendo, ¿qué le pasa a la gente?

Escena 2
Llego al supermercado, tomo un carro y me dispongo a hacer las compras, lista en mano, tengo el itinerario aprendido de memoria y comienzo a realizar maniobras dignas de un corredor de fórmula uno para evitar que me atropellen otras tantas personas con los suyos.
Me detengo en un pasillo: dos señoras muy tranquilas han atravesado los changos mientras buscan con toda parsimonia algún producto ignoto. Pido permiso, no hay respuesta, insisto pidiendo paso y nada, me pregunto ¿me habré quedado afónica y no me oyen? ¿Estaré muerta y no me di cuenta, por eso no me ven, como en la película de Bruce Willis? Finalmente, como con fastidio mueven los carros dos centímetros y tengo que pasar haciendo malabarismo para no chocarlas con el mío.
No entiendo, ¿qué le pasa a la gente?


Escena 3
Un colectivo, cualquiera, no hay demasiadas diferencias, las mismas caras ensimismadas, enojadas, fruncidas, en todos lados. Por suerte, un asiento desocupado, me siento aferrándome al pasamano para no volar por los aires en alguna curva violenta. En un momento quedan varios lugares vacíos y una chica se cambia de ubicación varias veces.
Me levanto y me dispongo a bajar y entonces sucede lo insólito, la chica en cuestión viene a querer sentarse en el lugar que estoy dejando desocupado, pero en vez de esperar que pase prácticamente pelea conmigo para literalmente arrojarse en el asiento. No hay pasajeros de pie de modo que nadie podría haber ocupado el sitio, ¿cuál es el apuro cuando podía dejarme pasar y luego sentarse con calma? Claro, en este caso siempre existe la posibilidad de que sus movimientos incomprensibles tengan como fin distraerme y meter sus deditos en mi cartera…
Pero igual, no entiendo, ¿qué le pasa a la gente?

¿Quién no ha vivido alguna de estas situaciones, o todas, o parecidas en algún momento del día?
Me pregunto nuevamente: ¿Qué le pasa a la gente?

Pienso, nos hemos convertido en zombis que caminan por la vida sin mirar, sin detectar, sin percibir al otro, a los otros. ¿Es un problema de falta de educación?
¿Los conflictos y urgencias de la vida alienada que vivimos nos lleva a este comportamiento bestial?
Además de no registrar, de no percibir a los demás no somos capaces de pedir una disculpa ante un atropello.
Pero también sucede otra cosa:

Escena 4
Estoy recorriendo la Feria del Libro con mi hermana y una amiga, al tomar por el hombro a una de ellas, con mi mano golpeo sin querer en el rostro a una señora que viene caminando en dirección opuesta. Al darme cuenta, me detengo afligida, le pido disculpas, le pregunto si la lastimé y ¿cuál es la reacción? Me mira con odio se pone una mano en la cara y sacude la cabeza con enojo, le reitero mis disculpas, evidentemente no le hice nada, pero el gesto de fastidio, bronca, disgusto no cesa, y se queda refunfuñando no sé que cosas que no entiendo, porque entonces me doy vuelta, y sigo caminando encogiéndome de hombros, preguntándome otra vez: ¿qué le pasa a la gente?
La reacción fue exagerada e injusta, ni siquiera quiso aceptar mi gesto amable, entonces ¿qué hacer?

Como de costumbre, me quedo con las preguntas sin responder, habrá que echarle la culpa al estrés, a las preocupaciones, a la angustia y a la frustración en que viven inmersas muchas personas en la gran ciudad. Sería interesante que todos pudiéramos por un momento parar y pensar un poco. Un gesto amable, un “muchas gracias”, un “disculpe”, un “por favor” sumarían bienestar y cordialidad entre las personas. No se trata de volver a la época de sacarse el sombrero para saludar, ni de pasarse dos horas diciendo: “pase usted, pero no, por favor, pase usted, no de ninguna manera usted estaba primero”. Pero, si seguimos actuando así muy pronto es probable que nos hagamos zancadillas todo el tiempo y en vez de hablar terminemos ladrándonos unos a otros, con perdón de los perros.

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