martes, 11 de enero de 2011

Manos que escriben

Otra vez haciendo retrospectiva, parece que hubiera pasado tanto tiempo, y sin embargo, hay un parecido...

Las manos sobre el teclado parecen indecisas como su dueña. Se apoyan levemente, acariciando apenas las letras, sin atreverse con ninguna. El silencio, el falso silencio de una noche calurosa que esconde detrás de su oscuridad repetida la vida de una ciudad que no quiere morir. Es mentira, se dice, también este silencio es una burda mentira. Allá lejos los hombres están muriendo en manos de otros hombres. Hombres que son un dato, una estadística, apenas un blanco detectado por sofisticados radares y apuntados por máquinas dirigidas por otros hombres que se empeñan en ejecutar su tarea con eficiencia. Hombres que jamás se verán el rostro, que ni siquiera saben si se odian o por qué están peleando aunque todo haga suponer que en realidad están convencidos de estar haciendo lo “correcto”.
Lo correcto o lo que se espera de ellos, para lo que fueron entrenados, su razón de ser, su misión, el mandato divino para unos que esperan en la muerte heroica la promesa de una felicidad eterna. Para los otros, es el cumplimiento de las órdenes emanadas por otros hombres, sentados en amplias oficinas con aire acondicionado y computadoras y pantallas y mapas, que reciben a su vez instrucciones de otros hombres de traje y custodia que lo único que empuñan es el micrófono para decir un montón de palabras aprendidas con el oficio de hacer política y gobernar a sus congéneres.
Grandes palabras de significado ambiguo, que pueden ser desmentidas sin que por ello se diga que en realidad no dijeron lo que querían decir, aunque podrían haber querido decir otra cosa, si esas palabras no hubieran sido sacadas de contexto y mezcladas con otras que en realidad la prensa tergiversó a su antojo. Palabras que viajan por infinitas redes, que cruzan el mundo como una inmensa telaraña en la que, en definitiva, quedamos atrapados todos los que nos informamos, porque es un deber estar informado, aunque sea de lo que esos hombres de poder quieren que estemos informados y no de lo que realmente quisiéramos estar informados.
Quisiéramos estar informados, saber a ciencia cierta cuáles son los motivos reales de esta guerra, qué se esconde detrás de cada gran titular en los diarios, cuál es el destino que nos están preparando, y del que no podemos defendernos porque no sabemos de qué nos tenemos que defender.
Entonces, así como viajan las palabras por esa inmensa red de comunicación, también con las palabras, las escritas, las que están impresas en hojas de papel que hasta ayer nos parecían tan inofensivas, o prometedoras de maravillosos paraísos tropicales adonde poder viajar de vacaciones, hoy nos llega otro mensaje. Un mensaje negro, amalgamado en un misterioso polvo blanco que puede hacernos morir, un mensaje multicolor escondido en letras, en palabras, en fibras de papel que esta vez trae la muerte disfrazada de promesas paradisíacas, aunque podría ser peor, en lugar del Ántrax podría ser la Viruela.
Entonces, todo se vuelve oscuro, el miedo se mete en nuestras vidas sin pedir permiso y entra por nuestras ventanas entreabiertas, se cuela por la cerradura, y nos espera dentro del buzón de la correspondencia que antes esperábamos con impaciencia, con alegría, o en todo caso con el disgusto de la perspectiva de recibir más cuentas que no podríamos pagar. Casi podríamos decir que tampoco eso importa y eso también es mentira.
Las manos comenzaron a moverse con timidez primero, luego con apuro y más tarde con rabia, sacudieron una y otra vez las teclas, como si con ese movimiento compulsivo pudieran borrar los ruidos que más allá de una noche silenciosa podemos escuchar si prestamos atención. No importa qué lejos, no importa cuántos kilómetros, cuánto océano, los ruidos de la guerra están allí aunque pensemos que no los escuchamos. Una guerra con título como una novela o un programa de televisión, porque ahora en este mundo tan avanzado hasta las guerras tienen nombre, Tormenta del Desierto, Justicia Infinita, ¿Libertad Duradera...?
Aunque lo que hacen con nuestras vidas, lo que le hacen al mundo, lo que provocan en millones de seres humanos, realmente no tiene nombre.
Entonces, las manos lentamente se detienen, van recorriendo el teclado cada vez más despacio, comienzan a titubear entre unas letras y otras como un viejo automóvil que agotó sus reservas de combustible y las palabras se van desdibujando, perdiendo su forma agotadas también por el esfuerzo de tratar de transmitir el agobio, la infinita sensación de asfixia, y dándose cuenta finalmente de que es inútil, que todo seguirá su curso irremediablemente. Hasta el clima, con una lluvia pertinaz, con un cielo gris como de plomo, desplegando enormes masas de agua que ahogan los esfuerzos de miles de personas, agrega paradójicamente una gota más a este vaso que se derrama sobre nosotros.
Casi en el último instante, antes de detenerse, las manos recobran fuerza, renuevan su golpetear sobre las letras buscando palabras nuevas, palabras frescas, palabras con energía, palabras vitales, palabras que no se ahoguen en un mar de pesadumbre, palabras al fin. En definitiva, buscar palabras es su razón de ser contra toda razón, y a pesar de todo, contra todo, las manos del escritor no pueden detenerse jamás.

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