viernes, 1 de octubre de 2010

Como soy argentino, como lo que como

Los argentinos somos sin duda especiales, particulares, muy personales por decirlo de alguna manera elegante. Protestamos todo el tiempo en contra de lo que nos molesta, nos parece injusto, incorrecto, ilegal, etc.
Pero llegado el momento de actuar, ¿que hacemos? Miramos para otro lado, nos encogemos de hombros y esperamos que alguien solucione las cosas de modo milagroso o finalmente terminamos aceptando con resignación que, y bueno, aquí las cosas son así, estamos en el tercer mundo, esto no es Europa o Estados Unidos.
Me pregunto, qué hace cada uno de nosotros para que esto cambie, qué hacemos para cambiar nuestra indolencia, nuestra falta de voluntad de luchar por mejorar nuestra vida, nuestra comodidad a la hora de rebelarnos contra aquello que no deberíamos aceptar de ningún modo.
Si queremos mirar como ejemplo a los países de avanzada, no podemos ignorar que la idiosincrasia de sus pueblos los hace como son. Aquí, si un día alguien dice que van a aumentar los precios de un artículo determinado, salimos como desesperados a llenar carros en los supermercados.
La política en otros lugares es totalmente opuesta, nadie compra ni siquiera uno de esos artículos, y de esta forma se presiona a los fabricantes o comerciantes a mantener los precios.
Cuando un producto, comestible o no, no reúne las características de buena calidad, o bien intenta engañar, ocultando y mintiendo, cualidades que pueden resultar perjudiciales, los consumidores se ponen firmes, lo rechazan, dejan de comprarlo. Es decir, no solamente defienden la calidad sino la honestidad. Si un producto es dañino o tiene alguna característica dudosa, debe estar enunciado en la etiqueta.
Los argentinos no solamente no defendemos estos principios, sino que, además, ignoramos, por carecer de información suficiente unas veces, y otras por falta de interés y de preocupación, lo que estamos comiendo.
Por ejemplo, ¿qué sabemos con relación a la inclusión de productos originados en cultivos transgénicos en diferentes productos alimenticios? Los transgénicos son creados a partir de la combinación de genes de diferentes especies. Se sabe, por ejemplo, que se ha logrado una variedad de tomate apto para climas muy fríos, donde no podría desarrollarse, sin la “ayuda” de un gen provisto por una especie de pez que vive muy bien en esos climas.
Cuesta hacerse a la idea, ¿no? También se han combinado genes humanos en una clase de porcinos, en fin parecería que esto no va a tener límites.
Me produce terror imaginar adónde puede llegar la humanidad en esta loca carrera de descubrimientos científicos, si estos son utilizados sin ningún tipo de criterio ético, y en manos de quienes en lo único que piensan es en el dinero o el poder que les pueden proporcionar. Tengo mis serias dudas sobre el mundo que vendrá...
Hace tiempo leí “Un mundo feliz”, de Aldous Huxley, donde se describe un mundo en donde las mujeres ya no parían a sus hijos, sino que había máquinas programadas a tal efecto para producir dos o tres tipos de seres humanos diferentes, según las necesidades.
Había una clase con menos inteligencia para las tareas menores, otros algo más avanzados y luego los que gobernaban. Si pensamos que fue escrito en 1932, cuando la reproducción “in vitro” estaba muy lejana todavía, me pregunto que tan profético fue su autor y que tan lejos estamos de ese “Mundo Feliz”.
Volviendo al tema de los transgénicos que nos quieren hacer comer, no existe en nuestro país una reglamentación o una ley para regular este tema, por lo tanto las empresas no están obligadas a anunciar en las etiquetas sobre el contenido de dichas sustancias.
Los agricultores que sembraron las semillas de soja de esa clase se encuentran ahora con la dificultad de no encontrar en el exterior compradores para sus cosechas. O sea, en los países avanzados no quieren transgénicos.
Todavía no se sabe a ciencia cierta cuales serán los efectos a largo plazo si ingerimos estos productos, lo que sí se ha determinado en pruebas de laboratorio, es que en las ratas, producen resistencia a los antibióticos, y algunas reacciones alérgicas. Hay algo mucho más temible todavía, y es que una vez que se han sembrado estas semillas, (como en el caso de la soja) estos genes se incorporarían fácilmente al medio ambiente en general y se propagarían a otras especies. Sabemos que existen largas extensiones sembradas con soja transgénica en nuestro país, o sea, que el peligro ya está aquí y, que estamos haciendo, o que hicimos para evitarlo?... Nada, absolutamente nada. Las autoridades se hicieron las distraídas y ahora el daño ya está hecho. No me ocupa hoy, hacer un informe científico ni mucho menos, simplemente reflexionar en nuestra conducta, frente a diferentes situaciones que se podrían evitar, si tomáramos conciencia de nuestro derecho y nuestro deber de defendernos de todo aquello que pone en peligro nuestra salud. Exigir a los gobernantes, presionar a las empresas, utilizar todos los elementos legales a nuestro alcance y si esto no es suficiente, en el caso de los alimentos por ejemplo, no consumir, no comprar todo aquello que no es confiable, es la única manera de no comer lo que no queremos, de que no nos hagan comer lo que nos hace daño, de poder elegir que comer o en todo caso que la decisión de incorporar estas sustancias a nuestro cuerpo sea nuestra, sabiendo qué productos las contienen. La falta de información por parte de las autoridades en general es grave, pero la carencia de interés de las personas por informarse creo que es peor, mucho peor.

Para tener en cuenta, a continuación algunos de los productos que contienen transgénicos:

Alfajores, galletitas, algunos aceites, budines, golosinas, caldos deshidratados, chocolates, empanadas, ravioles envasados, fideos con salsas deshidratadas, todo lo que contiene soja y sus derivados y aquellos productos que en su composición incluyen los llamados aceites vegetales hidrogenados.

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