viernes, 22 de julio de 2011

Gritamos mucho, pero nos escuchamos poco

Gritar se ha convertido en una costumbre cotidiana.


Gritan los vendedores ambulantes con su voz tan estridente.

Gritamos todos en la calle, en el subte, ya que no hay otra manera de hacerse oír cuando el tren está en movimiento.

Gritan los chicos cuando juegan, y cada vez gritan más y más.

Gritan los adolescentes, probablemente padeciendo ya algún grado de sordera provocada por los “gritos” de la música que resuena en los boliches, o en sus auriculares que portan todo el tiempo y los aísla del mundo exterior.

Gritan los políticos cuando dicen sus discursos, supongo que con el afán de convencer a fuerza del volumen, cuando deberían convencer por la honestidad, por la idoneidad, por la coherencia, y por sobre todo por la verdad de sus palabras y hechos.

También se grita en televisión, con un despliegue de exaltación en los gestos y en la forma de hablar gritando, que me imagino será para lograr una imagen de optimismo, de alegría contagiosa, que no sé si da algún resultado, creo que consiguen todo lo contrario. Esa actitud de los conductores de televisión de estar siempre en la cúspide del buen ánimo, me produce una sensación totalmente opuesta. Suena artificial, por lo tanto, no veo de qué manera puede influir positivamente en la audiencia. Aunque lo más probable es que ésa no sea la intención, quiero decir, influir positivamente en la audiencia. Es más, se hace cada día más evidente que el propósito no es ése…

Esto incluye también a los programas infantiles, y es allí donde se pone aún más el énfasis en esa exaltación que quiere parecer felicidad, y que en realidad da más la sensación de desborde irracional. Se puede entretener, informar, enseñar y divertir, sin gritar. Sólo que para lograrlo de esta manera, hace falta mucho esfuerzo y talento y esto no es fácil de conseguir últimamente. Quién no recuerda a Pipo Pescador y cómo captaba la atención de los chicos con sus programas amenos y creativos, que no necesitaban de estridencias para entretener.

Pienso que el grito es como una clara declaración de que hemos sido derrotados. Cuando decimos la verdad, no es necesario gritarla. Cuando queremos convencer, y lo hacemos con buenos argumentos y bien fundamentados, el grito no tiene cabida. Si queremos tener razón, pues razonemos como seres humanos y no nos expresemos como salvajes.

El grito aturde, pero finalmente lo único que deja es la desagradable sensación de su violencia acústica. Si queremos ser escuchados, no lo lograremos gritando, sino hablando, y, sobre todo, sabiendo muy bien de qué estamos hablando.
La palabra es el don que hemos recibido los humanos y que nos diferencia de los animales, pero saber usarla no es gratis, es un talento que hay que cultivar.

No es lo mismo oír el ruido que hacemos, que escuchar lo que decimos, ésa es la diferencia.
Muy distinto es el grito que nos sale desde el fondo de nuestro ser cuando sufrimos un dolor, el grito del miedo que es imposible de controlar, el grito de la angustia que es una expresión totalmente humana y aceptable.

En cambio, el grito que es utilizado adrede, al que se puede controlar, el que se esgrime como un arma. ese grito definitivamente pone en evidencia lo peor de nosotros mismos, la impotencia, la mentira o la sinrazón.

Si nuestros gobernantes actuaran con solvencia, con verdadera autoridad moral, no necesitarían vociferar sus campañas, ya que tendrían el poder de convicción que da la verdad, la ética, la honestidad en sus acciones, y éstas deberían ser las mejores razones para ganar una elección. Al menos, es mi opinión.

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