miércoles, 29 de septiembre de 2010

La esperanza

El viento sopla en diferentes direcciones todos los días, no se decide, un día sopla desde el norte y comenzamos a sentir el aire tibio que anuncia la primavera. Otros días, se empecina y vuelve a traernos los aires fríos e inclementes del sur, o las lluvias torrenciales del sudeste. Es como la vida, pienso, que nos trae a veces brisas tibias y reconfortantes y en otros momentos nos sacude con vientos huracanados que parecen no tener fin.
Sin embargo, todo finalmente cesa, todo vuelve a la normalidad, todo toma un nuevo rumbo y casi siempre encontramos el sendero por el cual seguir dejando nuestra huella. Los tiempos no son fáciles, ni agradables, están a veces llenos de días nublados, de tormentas y de horas desapacibles, y claro, no me refiero al clima, sino a la realidad que nos golpea a todos y a cada uno. A muchos los dejó sin techo, sin lo más indispensable para vivir. A otros les quita no solo la alegría sino también les destruye los sueños y los proyectos. A algunos también les quita la esperanza, y eso es lo más lamentable.
No es fácil, no es gratis, la esperanza no llueve, pero es necesario hacer que crezca nuevamente. Si perdemos la capacidad de tener esperanza, de creer en que podemos nuevamente resurgir, construir y crecer, no lograremos hacerlo. Pero es posible, si nos lo proponemos, se puede lograr. Un poquito cada día, y cada día un poquito más.
Si miramos a nuestro alrededor, si observamos en la naturaleza cómo cada planta, cada ave, cada insecto, vuelve a comenzar con cada primavera. Es suficiente un poco de aire tibio y algo de sol para que la vida vuelva a renacer con más fuerza. Los brotes se insinúan en algunas plantas, y en otras ya se están convirtiendo en ramas plenas de fuerza. Algunas flores tímidamente comienzan a aparecer. Los pájaros ya hicieron sus nidos y esperan la llegada de sus crías. Todo se renueva, todo renace, ¿por qué no hacerlo nosotros también?
Pongamos todas nuestras energías y todo nuestro empeño sin esperar resultados inmediatos. Sólo la paciencia y la constancia nos mostrarán con el tiempo los frutos obtenidos. Aprendamos la lección del bambú japonés. ¿La conocen?
El bambú japonés demora siete años en salir a la superficie después de que sembramos la semilla. Después de ese tiempo en solo seis semanas llega a medir 30 metros.
¿Tardó sólo seis semanas en crecer? No, durante siete años en los que parecía no suceder nada, estaba desarrollando el complejo sistema de raíces que servirían de sostén a la planta.
Así sucede con nuestra vida, en los momentos en los que parece que nada ocurre. Aprovechemos ese tiempo para crecer, para edificar, para desarrollar todo lo que después veremos realizado.
Dejemos que las brisas cálidas de esta nueva primavera nos traigan esperanza y pongamos la mirada en el futuro, no para esperar que todo se resuelva por arte de magia, sino para pensar de qué modo podemos trabajar para hacerlo realidad.

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